[entrevistas]En una región anterior del planeta, en el interior del tiempo más profundo, había un obelisco multicultural totalmente polifacético, de dentro a fuera, sin perder por ello ni un gramo de la grasienta sabiduría que almacenaba día y hora en la más superficial oscuridad, sólo hecha para una clase de fiera indomable expuesta en el cima de la más fría y oscura densidad corpórea.
-¿Cuál es tu deseo, visceralmente amigo? ¿Qué ambicionas que no veas?
-Sólo siento el calor corpóreo inexistente que doblega todo lo que me aturulla, abarcando con ello hasta donde empieza y donde acaba el infinitesimal espíritu incoherente de las subyugantes partículas inconexas. Siento frío ahora, sólo sé, pero tengo hambre de la fiera que derrocha la más impura fuerza subliminal que rebosa de su alma, por los cuatro costados cardinales, esparciendo con ello el resorte blanquecino que engaña al más sutil de los sentidos, el que está expectante en la mismísima aureola grisácea, la más idolatrada, la más deseada en las interminables noches de angustia sostenida en el alambre conceptual.
-¿Y cuál es tu camino, mi recrecido, de espiritualidad inacabada?
-Soy el orden en el caos, soy lo lleno de Luna, soy lo blando de la vida y lo duro de ella en el día y en la noche; soy el mar y soy el cielo. Soy el fuego de la hoguera y soy el viento, el que quema al contacto con lo más sensible de la parte externa de mi piel, no hay sitio con mayor sensibilidad, que yo sepa, para el viento, que arrasa y se lleva por delante lo más impúdico y que condiciona con su descerebro al más inepto de los cuadros celestes en la cuadrícula celestial, bien visible, bien expuesta en su lugar en el museo de las mariposas muertas.
Soy lo que tú quieras que haga en el despótico sistema binario que enternece al aprendiz del mejor físico, el más puro en su estado catatónico, el que no es capaz de ver por delante de su vida eterna porque lo escaso de su imaginario sólo le da para esperar el parte puntual y sistemático de la ciencia en estado puro, cuando toca, tan limitada. Sólo vivo por la ausencia del temblor de la mañana cuando acaba el viejo día y empieza el principio de la noche principal plagado de estrellas en el mapa visceral de las cumbres más altivas. Dime que más puedo querer que lo que esperas de mí, mi enemigo salvaje, mi más preciado tesoro. Dime que te he hecho que quererte con locura, mucho más de lo que sé querer.
Te regalaré una espiga dorada, de las que riega el Sol cada mañana, para que a su vez la siembres y de ella broten espigas multigeneracionales y en la zona más cortés del cortejo fúnebre, en diagonal, te veré y esperaré tu sonrisa inmaculada, cada día.
Sólo espero tu conciencia, cálida, desbloqueada a veces y otras perdida en una nube de tormento que rodea el tiempo antiguo, el más difícil de entender por lo perdido en la niebla y sobre el que es más fácil inventar, por la difícil demostración de lo vivido.
Allí nadie ya me espera porque son miles los siglos que hace que estuve en aquel paraje, en la cúpula del tiempo, cuando empezaba el invierno, la última estación inventada por los sabios que hicieron la Naturaleza para helar el viejo mundo y emprendieron un destino distinto al calculada en las más altas esferas, donde solamente pueden vivir las otras conciencias liberadas de la vida terrenal, la más difícil de entender desde este lado. Sálvate mientras [que] puedas y ayúdame mientras que pueda yo a curar la rabia del perro fiel, el más puro compañero situado a mi vera, enrabietado por las sombras de los actos de los vándalos, enfermo de impotencia. Siempre está en una esquina, la más fácil, la más clara, la de mayor exposición a los elementos, desde donde mejor se puede ver la luz que tanto me ciega y nubla mis pensamientos y hace que descomprenda lo escrito, por lo incierto, sólo apto para mentes perdidas, sin remedio, como la tuya y la mía, descerebrado.
Somos dos, tú y yo y yo mismo. Yo soy yo y tú eres sólo mi relato preferido, a más no llega tu ambición. No aspiras a nada más, como yo no aspiro a que te entiendan porque ni yo, ni tú mismo, ni tu risa espontánea y sincera cuando la vida le deja, aspira a ser entendida por quien sólo ve tristeza desde lo más alto de la copa de los árboles cuando ve que vuelves de la vida.
Eres mi relato preferido porque nadie te comprende, te pasa lo que a mí.[/entrevistas]
Textos de Jose Luis Rodriguez «Isthar» de su nuevo proyecto Morcuende.
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